Un día se me ocurrió contar ovejas para dormir. Pero las mías, como son negras, me dijeron que para eso ya estaba la Seguridad Social. Que estaban de ser los somníferos de medio mundo.
¿Por qué no contar cocodrilos o pulgas de ciudad?
También me dijeron que la gente las solía confundir con las nubes. Y que por eso no pasaban. ¿Desde cuándo se ha visto una nube con cuatro patas?
Y que una vez una de ellas que acababan de esquilarla, entró en una habitación, y una niña repipi la echó a patadas llamándola: oveja escaldada.
Y es que la vida de las ovejas de habitación es muy dura.
Tienen un máster en Psicológia Infantil y encima se las tacha de tontas y analfabetas.
También me dijeron que los niños que saben contar hasta 100 son un auténtico suplicio. Cuanto más sabes contar, más tiempo tienes que estar saliendo y entrando por la ventana.
Las ovejas negras han montado un Sindicato por los derechos de las ovejas de habitación.
Las pobres acaban con unas ojeras hasta las pezuñas y no hay gallo que las levante el ánimo.
Se reúnen una vez a la semana en mi korral para repartirse las habitaciones de los niños donde entrarán. Y exigen que se cambie la tradición y que por favor los padres empiecen a decir a los niños que cuenten otro tipo de animales, a parte de las ovejas y que se reparta un poco el trabajo.
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