23 de enero de 2012
Frota que te Frota
Tomás siempre se manchaba las camisetas: de chocolate, de barro, de pintura… Era todo un experto en mancharse y había hasta desarrollado técnicas para mancharse lo más posible: una de ellas era rebozarse en el barro como los “cerditos” en plan croqueta y coger la chocolatina como si de una brocha se tratase y ponerse a chocolatear su tarta-camiseta. Luego añadía unas cuantas velitas que encontraba por el camino: unas briznas de hierba o de trigo y se las pegaba en su tarta particular. Después el viento soplaba esas originales y velas y se iban con el viento. ¡Hasta luego! Gritaba contento Tomás.
Cuando volvía a casa, su madre nunca era capaz de quitarle las camisetas manchadas y era toda una aventura conseguirlo. Tomás corría, se subía a los muebles, se ponía a gritar, se ponía a patalear. “¡Son mis manchas!” y lloraba y lloraba mientras mamá sacudía su camiseta. Y la camiseta parecía llorar migas de pan, magdalenas, pasteles… que luego caían al suelo y formaban un montoncito de migas. “Estas se las daremos a Pulgarcito para que sepa volver a casa.” Dijo su madre. Entonces Tomás dejó de llorar y dijo: “Buena idea mamá y comenzó a soltar todas las migas de su camiseta con alegría.” Tomás y mamá las recogieron entre los dos y las metieron en cajitas con un letrero bien grande que ponía: “Para Pulgarcito.” Pero su madre nunca conseguía que Tomás se quitara la camiseta manchada sin sentirse triste. Hasta que un día se le vino una palabra de su madre a la cabeza y dijo: “¿Sabes Tomás? Esas manchas que llevas son lamparones.” “Entonces no tengo lámparas sino lamparones” gritó Tomás. “Sí y vamos a frotarlos para que salga el super genio del lamparón maravilloso.”
Tomás puso cara de sorpresa y al fin dejó quitarse la camiseta manchada. Entre los dos, mamá e hijo, comenzaron a frotar los lamparones maravillosos. “Frota que te frota, frota que te frota.” Después de frotar, Tomás dijo: “Mamá… El genio no ha salido.” Su madre le miró desconsolada y dijo: “Ojalá salieran genios frotando Tomás, algún genio que nos ayudara de vez en cuando a los dos.” Tomás la miró, se levantó del suelo y la dijo en voz alta y clara: “Mamá tu eres mi genia y yo soy tu genio.” Y acabamos de salir de los lamparones de la camiseta y nos vamos a querer mucho y a concedernos todos los deseos.” Qué ingenioso qué eres, dijo su madre acariciando su enmarañado pelo. Su madre le abrazó tan tan fuerte con la camiseta mojada en la mano que d repente empezó a salir humo de ella. El niño y su madre miraron la camiseta y Tomás le dijo: “Mamá, no necesitamos genio que valga. Estamos tú y yo.” Y el humo comenzó a desaparecer y Tomás y Mamá colgaron la camiseta en el tendedero para secarla. Y mientras dormían el genio que estaba escondido en ella salió con el viento y les miró dormir juntos dulcemente. Y se marchó volando, a dejar más lamparones mágicos en otras camisetas manchadas…
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